domingo, 27 de abril de 2008

Entrevista a Ricardo Ragendorfer

“Cuando uno investiga sobre un caso policial no apunta a esclarecerlo, sino a escribir una historia”

Avenida de Mayo 1265. Esperaba a Ricardo “Patán” Ragendorfer tomando una cerveza en una mesa del viejo bar “36 Billares”, que ya nada tiene de antaño, solamente su nombre y el de las personalidades que supieron pasar largas noches entre charlas, tomando hesperidina, ferro quina o un vasito de ginebra para apaciguar el frío. Ragendorfer, vestido con unos jeans oscuros y una remera negra con la cara del pájaro loco, saludó gentilmente y se sentó. “Estoy laburando y si tomo alcohol me da sueño. Me voy a pedir un agua”, me aclaró con una mirada risueña al ver la botella a mi lado.

- ¿Cuáles son a tu criterio los casos más relevantes en la crónica policial argentina?
- Si empezamos a contar desde 1810 en adelante hay una lista interminable. Yo no podría decir cuáles fueron los más importantes, todos los casos se olvidan o se resuelven. Pienso que los casos más resonantes son precisamente aquellos de mayor trascendencia dentro de la crónica policial. Dentro de la delincuencia argentina aparecen tipos como el “Pichón” Langinestra, Lacho Pardo, el “nene” Villarino. A mediados de la década del 60, y en vísperas de la dictadura, aparece la figura del periodista Rodolfo Walsh, donde la crónica policial ya cuenta con una lectura social del asunto.

- ¿Cuáles son tus referentes en la literatura?

- A la hora de escribir le pediría ayuda a Walsh, a Chandler. Después hay mucha gente que querría escribir o como Borges o como Cortázar. Pero si hubiese pasado eso, el mundo sería una sucesión de imitadores.

- ¿Qué diferencias notas entre las coberturas policiales actuales y las de hace 20 años?
- Las relaciones son distintas hoy a como eran antes. Por un lado las redacciones están pobladas por pibes que salen de academias y se ve en ellos una educación un tanto sistematizada. Aparte la estructura misma de las redacciones te impide tener un contacto directo con la calle. Antes los diarios se hacían en los bares. Acá a unas cuadras estaba la redacción del diario “Crítica” donde ahora, lamentablemente, hay una dependencia policial. ¡Pensar que donde estaba el directorio de Botana ahora hay un comisario! Había tipos como González Muñón o Arlt que escribían muy bien, que venían del campo de la literatura.
Yo diría que las coberturas son más asépticas por un lado y menos especializadas por otro. No son nichos periodísticos; el tipo que hace policiales al tiempo puede estar cubriendo notas de otras cosas. Me gustan algunas notas de Marta Dillon sobre las mujeres en la cárcel. Cristian Alarcón -periodista de Página 12- escribió un libro llamado “Cuando me muera quiero que me toquen Cumbia”. Él es uno de los mejores investigadores sobre el tema de la delincuencia marginal.

- ¿Qué recursos utilizás a la hora de producir tus investigaciones?
- De todo, cada nota es un mundo en sí mismo. No hay un método específico para armar una nota. En la investigación periodística cualquier recurso es válido. Uno debe tener una cierta ética sobre lo que publica. Si le hacés una entrevista a algún personaje violento o con un prontuario policial bastante amplio, tenés que hacer que confíen en vos. Es un género en donde sus protagonistas se mueren por hablar, es más, se mueren por callar. Es difícil, hay que hacer mucho trabajo de archivo…

- Junto a Carlos Dutil entrevistaron varias veces a Jorge Naldi, Comisario de la Policía Bonaerense, durante la escritura del libro “La bonaerense”. ¿Cómo hicieron para que confiara en ustedes?

- Cuando estábamos escribiendo “La Bonaerense”, no es que el “gordo” confiara en nosotros. A él le ponés un micrófono adelante y empieza a “cantar”, no tiene límites ni frenos. Pero de todas maneras utilizábamos una metodología: en primer lugar, nuestros entrevistados, especialmente los policías sobre los cuales escribíamos, no estaban demasiado enterados acerca del libro que estábamos escribiendo. En segundo lugar, cuando hablábamos con algún policía no cometíamos el error que Luis Majul comete. Majul le preguntaría al Gordo Naldi: “¿Usted roba?” Y el Gordo le contestaría: “No”, y ahí se terminaría la entrevista. En cambio nosotros le preguntábamos por otro policía, el “Chorizo” Rodríguez y a éste le preguntábamos sobre el Gordo y así íbamos armando una especie de mapa. No soy capaz de registrar cuánto escribí sobre el Gordo pero se terminó convirtiendo en un personaje mío y al cual, no se porqué razón, le caigo simpático.

Ragendorfer opina sobre los diversos medios de comunicación. Evalúa ventajas y desventajas, su nivel de pasividad y de compromiso periodístico. “Lo bueno que tiene la televisión es que cuando terminás una nota no tenés que escribirla, pero al mismo tiempo, lo malo es que no escribís”, asegura. “Cuando hicimos en Telefé ‘Historias del Crimen’ pude trabajar sobre el asesino puro, el tipo normal que un día mata a la familia, el que no tiene educación dentro del hampa pero que termina preso por homicidio. Son personas que pueden disfrutar de ese ‘lujo psicológico’ que es el asesinato. En ese sentido nos dimos cuenta que las vedettes del programa eran los homicidas presos, pero desafortunadamente, por una cuestión del formato se agregaban entrevistas a peritos, forenses, etcétera.

- ¿Qué opinás de los programas “Mujeres Asesinas” y “Forenses”?
- Me aburren terriblemente. Algunos de “Mujeres Asesinas” pueden zafar, pero “Forenses” me aburre mucho. El asunto con este programa es que es más parecido a la matemática que a la vida misma, entonces es medio tedioso. Además es como una versión berreta de los programas norteamericanos, que están bien filmados, bien producidos. Acá entrevistan al periodista que está en el noticiero de la mañana, al de tarde y al de la noche. Francamente es espantoso.

- El programa “El otro lado”, conducido por Fabián Polosecki, marcó un antes y un después a la hora de mostrar la vida de distintas personalidades. ¿Cuál es la influencia de este formato en programas como “Ser Urbano” o “La Liga”?

- A mí me sucede una cosa muy rara con “El otro lado” porque cuando laburábamos con Polo no teníamos una conciencia muy clara de lo que estábamos haciendo. Nuestra experiencia periodística era estrictamente grafica y nos permitíamos algunos lujos, manejar el formato de acuerdo a nuestros gustos. Además, Polo era único, un excelente entrevistador, lo llevaba innato. Al lado de él Gastón Pauls es un actor vestido de periodista. Polo entrevistaba a partir del silencio, desperdigaba el dialogo con pequeños disparadores. En su momento decían que estaba influenciado por Jesús Quintero, un periodista que conducía “El perro verde”. Pero en realidad, si su manejo de la entrevista tenía alguna influencia, era la de Roberto Galán.
Desde que Polo murió traté de no ver sus programas ya que me causa mucha impresión saber que una persona tan viva no está. Dentro de los próximos quince años tendría que aparecer un nuevo Polo. Actualmente, en el periodismo televisivo cuando se trata de hacer algo innovador se mueve mucho la cámara, y eso a veces te puede salir lindo y otras veces no. Ahí está el límite del periodismo televisivo.

- ¿Y cuál entonces el límite entre lo real y lo ficticio?
- Hay determinados recursos narrativos de la ficción que podés aplicar pero siempre que los datos sean verdaderos. Podés decir que fulano, en determinado momento prendió un Marlboro si realmente lo hizo, pero si no fuma, no. Por ejemplo, me acuerdo que la muerte del cantante Rodrigo Bueno fue un accidente pedorro (sic), pero como era Rodrigo todo el mundo buscaba a la mafia de la bailanta, y no había nada de eso. Darío Ríos, nuestro corresponsal de “Gente” en La Plata, obtiene la data de que Pesquera, acusado de haber sido el autor del crimen, había llevado a la Mona Giménez a la ciudad de Berisso en 1990. Lo primero que pensé: la mafia de la bailanta. Estaba terminando la nota y me llama Darío diciendo que saque lo de la Mona Giménez porque nunca había sucedido. Entonces escribí: “pero el sueño que Pesquera jamás pudo cumplir fue traer a la Mona Giménez a Buenos Aires”.
Le tenés que encontrar la vuelta a la realidad para que tenga la belleza de una ficción. Pesquera era un estafador que vendía autos inexistentes que supuestamente estaban en un depósito fiscal. A raíz de eso tenía un marcado bajo perfil y una mega causa por estafa en varios juzgados, que no lo podían ubicar ya que no tenían su dirección. Finalmente tiene la desgracia de protagonizar un accidente con uno de los ídolos populares con más repercusión de nuestro país.

Ricardo relata los casos que estuvo escribiendo para la revista “Caras y Caretas” y que luego fueron publicados en el libro “Historias a pura sangre”. Los mismos eran escritos sobre casos que no tenían la urgencia de la actualidad, una suerte de backstage de otras historias: notas que cubrió en el diario Sur, narraciones antiguas…
Cree y afirma que una nota no es otra cosa más que el informe de una aventura, una relación íntima existente entre la historia real y el texto.

- ¿Cómo fue trabajar con periodistas como Enrique Symns y Carlos Dutil?
- Podría escribir libros sobre esos personajes que obviamente fueron absolutamente trascendentales. Calculo que si no me hubiese cruzado con ellos yo sería muy distinto a lo que soy ahora. Además, con Carlos [sus ojos irradian un brillo de emoción] éramos amigos desde chicos y nos volvimos a encontrar en las redacciones. Con Symns empecé a hacer policiales en “Cerdos y Peces”, ya que en esa época salía como un suplemento de la revista “El porteño”. Mis primeras notas policiales eran perfiles de ladrones que yo admiraba en una sección que se llamaba “Vidas ejemplares”.

- Para terminar, ¿cómo es un día en la vida de Ricardo Ragendorfer?
- Mi vida es absolutamente común. Vivo con mi mujer y la más pequeña de mis hijas. Pero cuando salís a laburar te ves envuelto en una película, pasan cosas graciosas. A veces mi mujer se ríe por la gente que me llama para el día de la primavera, el día del padre o el día de mi cumpleaños, como lo hace siempre el “Tractorcito” Cabrera. Pero eso es absolutamente normal.

por Matías D´ambrosio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un grande patán Ragendorfer. Quedan pocos periodistas de su raza. Esos tipos que creían y que están totalmente convencidos que los diarios se hacen en los bares y no en las redacciones en sí mismas donde sus empleados laburan como los pibes del mc donalds.